Uno siempre recuerda su primera vez.
La primera conferencia, por supuesto. Yo la di en el colegio, con 13 años.
Cada alumno debía preparar una exposición sobre un tema y compartirla con sus compañeros.
Como era de esperar, nadie quería hacerlo, así que yo decidí que la fortuna favorece a los valientes;
Me ofrecí a exponer el primero, para quitármelo de encima y poder respirar hondo durante el resto de la clase.
Mi tema era condenadamente interesante:
La Sábana Santa, una de las reliquias más famosas y controvertidas de la historia.
La sábana que envolvió, supuestamente, el cuerpo de Cristo, antes de ser enterrado. La pieza de tela más estudiada del mundo, sobre la que discuten científicos, religiosos, filósofos…
Yo abordé el punto de vista médico, explicando con detalle los signos físicos que mostraba el cuerpo:
Los signos de tortura, el cómo atravesaban los clavos las muñecas, lo cerca que pasaban del nervio mediano…
Ese tipo de cosas, las que dejan boquiabiertos a cada adolescente del planeta.
Huelga decir que mi exposición causó un gran furor entre mi audiencia.
Les gustó tanto, o tenían tantas ganas de perder tiempo y así librarse de exponer ellos, que todos mis compañeros se alzaron para entonar en cántico:
“¡Que la repita!”
Mi mirada de pánico no fue suficiente para disuadir al profesor, que también estaba encantado:
Tuve que repetir toda la presentación, desde el principio.